La Guerra: un flagelo desde la perspectiva libertaria de Rothbard.


Por Emily Rodríguez.



En La ética de la libertad, Murray Rothbard ofrece una interpretación rigurosa y coherente del libertarismo, fundamentada en el principio de no agresión como piedra angular de una sociedad justa. Bajo esta premisa, cualquier acto de violencia o coerción que no sea en defensa propia se considera una violación de los derechos individuales. A la luz de esta perspectiva, la guerra se erige como una de las expresiones más destructivas y contradictorias de la autoridad estatal, y su crítica desde el libertarismo resulta inevitable.

La guerra como agresión institucionalizada

Para Rothbard, el Estado es, por definición, una institución coercitiva que ejerce un monopolio sobre el uso de la fuerza en un territorio determinado. En tiempos de guerra, este monopolio se despliega en su forma más cruda, imponiendo el sacrificio de vidas humanas y recursos materiales en nombre de causas que a menudo carecen de justificación moral. Desde el punto de vista libertario, la guerra no solo implica una agresión directa contra los individuos que son víctimas del conflicto, sino también una agresión indirecta contra los ciudadanos del propio Estado, quienes son despojados de su libertad mediante impuestos confiscatorios y el reclutamiento forzoso.

Rothbard señala que la guerra es el "enemigo natural de la libertad". Los conflictos bélicos sirven como excusa para expandir el poder estatal, restringir derechos y consolidar una burocracia que rara vez se reduce tras el fin de las hostilidades. La historia está plagada de ejemplos en los que los gobiernos han utilizado la guerra para justificar controles que serían inaceptables en tiempos de paz: censura, vigilancia masiva, regulaciones económicas y, en casos extremos, detenciones arbitrarias y genocidios.

El intervencionismo como contradicción moral

Desde una postura libertaria, Rothbard rechaza categóricamente el intervencionismo militar en el extranjero. Según su lógica, ningún gobierno tiene derecho a imponer su voluntad sobre otros pueblos, incluso si su intención declarada es "liberar" o "democratizar". Este principio se fundamenta en la idea de que la soberanía individual trasciende cualquier frontera política: si los individuos tienen derecho a su vida, libertad y propiedad, no pueden ser utilizados como herramientas para los intereses geopolíticos de un Estado.

En este sentido, Rothbard cuestiona tanto las guerras de conquista como las "guerras humanitarias". Para él, no hay diferencia ética entre una invasión destinada a obtener recursos y una destinada a imponer un modelo político. Ambas representan una violación flagrante de los derechos individuales de las personas que se encuentran en el lado receptor de la agresión.

La economía de la guerra: el saqueo disfrazado

Otra dimensión crítica que aborda Rothbard es el impacto económico de la guerra. En su análisis, los conflictos bélicos no solo devastan las economías locales, sino que también representan una transferencia masiva de riqueza desde los ciudadanos hacia el aparato estatal y sus aliados. A través de impuestos extraordinarios, emisión de deuda y expansión de la oferta monetaria, los gobiernos financian sus aventuras militares a costa de la prosperidad de sus propias poblaciones.

Rothbard observa que esta dinámica no es accidental, sino inherente a la naturaleza misma del Estado. Las guerras permiten a los gobiernos consolidar alianzas con corporaciones y sectores privilegiados, generando un complejo industrial-militar que se beneficia perpetuamente del conflicto. En última instancia, los costos de este sistema recaen sobre los ciudadanos comunes, quienes pagan no solo con su dinero, sino también con su calidad de vida y sus oportunidades de desarrollo.

La paz como principio libertario

Frente a este panorama, el libertarismo ofrece una alternativa radical: la paz como principio rector de las relaciones humanas. Para Rothbard, una sociedad verdaderamente libre sería incapaz de sostener la maquinaria de guerra que caracteriza a los Estados modernos. Sin impuestos ni coerción, las guerras a gran escala serían financieramente inviables, y las disputas entre individuos o comunidades se resolverían mediante mecanismos voluntarios como la mediación o el arbitraje.

Además, la paz libertaria no se limita a la ausencia de conflicto armado; es un ideal que abarca el respeto mutuo por los derechos individuales, el comercio libre y la cooperación voluntaria. En lugar de dividir a las personas mediante fronteras y conflictos, el libertarismo propone un mundo en el que cada individuo sea libre de perseguir sus propios intereses en armonía con los demás.

Reflexión final

La crítica de Rothbard a la guerra no es solo una denuncia de sus horrores, sino también un llamado a replantear las bases mismas de nuestra convivencia política. Si aspiramos a una sociedad basada en la libertad y el respeto mutuo, debemos rechazar no solo la violencia individual, sino también la violencia sistemática ejercida por los Estados en nombre de la guerra.

En última instancia, el mensaje libertario es claro: la paz no es solo un ideal ético, sino una condición indispensable para la prosperidad y el progreso humano. En sus escritos, Murray Rothbard nos deja una lección clara y contundente: la libertad y la paz no solo son ideales deseables, sino condiciones inseparables para una sociedad justa y próspera. Al defender el principio de no agresión como fundamento moral y práctico, Rothbard desenmascara a la guerra como la máxima expresión de la coerción estatal, una herramienta que socava los derechos individuales y expande el poder del Estado a costa de los ciudadanos. Solo mediante el respeto irrestricto a la vida, la libertad y la propiedad de cada individuo podemos aspirar a un mundo donde las relaciones humanas se basen en la cooperación voluntaria y el comercio pacífico, en lugar de la violencia y la imposición.