La Guerra

es la Salud del Estado .


Por Hugo Holmgren.



Para muchos, una de las principales justificaciones con respecto a la necesidad de un Estado, es para que nos proteja de enemigos exteriores, especialmente de otros Estados con mayor armamento militar. Para un análisis sobre la guerra, es importante primero definir. La guerra, en simples palabras, no es más que el asesinato masivo de personas de diferentes bandos. Personas que han sido enviadas por una élite política a luchar para “defender su patria de los enemigos”. Asesinato masivo que no sólo es justificado por el Estado, sino, en palabras de Murray Rothbard: “La guerra es el Estado en su máxima expresión. Es el instrumento por el cual los gobiernos destruyen a sus enemigos, tanto internos como externos, y justifican el saqueo y la represión de su propia población”. Pero no sólo eso, sino que la guerra es el medio por el que el Estado justifica nada más y nada menos que su propia existencia, sin enemigos externos, su influencia sobre las masas decaería de manera drástica. Como bien notaría Miguel Anxo Bastos: “El Estado necesita enemigos para mantenerse en el poder. Si no los tiene, los inventa.”

Pero la guerra no es sólo un concepto, debe llevarse a cabo en la realidad y para ello requiere de personal militar, de armamento militar pesado y de recursos para mantener la lucha por el tiempo que los políticos de turno estimen necesario. Todo esto claramente no es gratis. No es una coincidencia que la Reserva Federal de EE.UU. fuera creada en 1913, justo antes de que estallara la Primera Guerra Mundial y, a diferencia de sus predecesores, el First y Second Bank of the United States, la FED abandonaría el patrón oro y tendría además la facultad de controlar la emisión monetaria y las tasas de interés a su antojo, además de poseer el monopolio de la impresión de dólares.
Una guerra es probablemente la operación más cara que se puede llevar a cabo por parte de los Estados, tan cara, que no sería posible financiar sin la manipulación política de la emisión monetaria y de deuda. No es coincidencia tampoco, que luego de décadas desde que se empezará con la gran hazaña de liberar al dólar del patrón oro y después de 6 años durísimos en Vietnam, en 1971 en EE.UU. se lanzaría el “Nixon Shock” donde se eliminaría por completo la convertibilidad del dólar en oro y luego en 1973 se terminaría con cualquier lazo que quedara del dólar con el oro. 

Las guerras prácticamente sacaron a EE.UU. del patrón oro y por consecuencia al resto del mundo, que desde el pacto de Bretton Woods ya consideraba al dólar como la nueva base monetaria, aunque en ese tiempo si era redimible en oro, obviamente. Es completamente razonable decir, como afirman Walter Block, Jesús Huerta de Soto y el mismo Rothbard, que sin la monopolización de la violencia y la monopolización y creación del dinero fiduciario las guerras como las conocemos hoy en día, serían simplemente imposibles de sostener. 







Está de más recordar que los Estados son la máquina asesina de humanos más grande que ha visto nuestra raza. Las disputas civiles e incluso las entre tribus antiguas son completamente incomparables con las atrocidades de las guerras entre Estados. Para lograr justificar algo tan horrorífico como el asesinato masivo de personas, se requiere un trabajo propagandístico como nunca antes visto. Se le debe primero cambiar el nombre para que suene menos horroroso de lo que es en realidad, de ahí el nombre guerra.

Luego se necesita lavar el cerebro a todos aquellos que van a ir a pelear, de ahí que el nacionalismo sea tan extremadamente peligroso y que, de ahí, en conjunto con el socialismo, surjan el nazismo y fascismo. Se necesita hacer creer tanto a quienes irán a pelear como al resto de civiles, que tienen un deber con su patria, tierra o nación, que deben ir a defenderla con su vida y que todo aquél que se interponga es un enemigo que es merecedor de la muerte. Y no sólo eso, porque en algún minuto se acaban los hombres que voluntariamente están dispuestos a sacrificar la vida, por lo que también se debe justificar el reclutamiento forzoso, que no es nada más que la esclavización de los hombres que el Estado considera aptos para morir por sus caprichos. Con el sólo hecho de decir las cosas por su nombre real y no con las bonitas trampas semánticas que siempre idea el Estado, para que la guerra ya no parezca algo “ojalá evitable”, sino para verla con asco e indignación.

La guerra no sólo es utilizada como la justificación misma de la existencia del Estado, sino que también es la excusa perfecta para aumentar su tamaño e influencia en las libertades personales de sus subordinados, como en el caso de la creación de la FED y el desligue del dólar con el oro para manejar la moneda a su antojo y poder financiar sus caprichos armamentísticos. La guerra siempre ha sido justificación para las peores atrocidades contra la libertad individual. La militarización de las calles, los toques de queda, la pausa en las obligaciones de pago del Estado, el reclutamiento forzoso, redirección de los recursos robados por parte del Estado hacia la industria armamentista, etc. No es raro escuchar de un político que cierta medida es sólo puesta en marcha de manera transitoria, para aliviar algún malestar generado por algo específico y poco recurrente como la guerra, pero al cabo de ello, las medidas supuestamente transitorias quedan en el olvido y se transforman en permanentes.

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Durante siglos, los Libertarios hemos luchado por la preservación de la libertad individual frente al imparable crecimiento del Estado. Muchas veces hemos centrado nuestro ataque hacia el Estado -el enemigo por excelencia de las libertades de los hombres- en las esferas de intervención económica o intervención autística (la prohibición de hacer cosas con nuestro cuerpo sin afectar a nadie más que nosotros, como los vicios). Sin embargo, la frase que inspira el título de este escrito tendría que venir en 1918 de la mano de un escritor e intelectual progresista para su época, el estadounidense Randolph Bourne. “War is the health of the State”. En lo que sería la intoducción de su obra mayormente reconocida “The State”, Bourne supo identificar a la perfección cuál es la raíz de la fuerza de esto que llamamos Estado. Logró mostrar cómo a través de la guerra se logra formar un sentido irresistible de uniformidad y pasión por cooperar con el Gobierno en el sometimiento de los grupos minoritarios que no presentan este sentimiento de rebaño. Estas minorías son intimidadas a guardar silencio o lentamente convertidas hacia esta devoción por el Estado. 

La lealtad o esa mística devoción hacia el Estado se vuelve el valor humano por excelencia, obligando a la población a sacrificar el resto de valores. Durante la guerra se cumple el ideal del político, el individuo se identifica con el todo, con la Nación, y se siente profundamente orgulloso y más fuerte por ello. La distinción entre sociedad e individuo se corrompe, pasando a ser más importante el “interés común” o nacional que el de aquellos individuos que lo componen. Todos sabemos que esta es la base de las ideologías colectivistas como el marxismo, socialismo, fascismo y nacionalismo. El individuo alcanza un sentimiento de seguridad con respecto a sus convicciones y emociones, por lo tanto se encuentra invenciblemente convencido en la correctitud de la supresión del oponente o el hereje, y cómo no, si siente el respaldo de todo el poder del colectivo de su nación. 

La “Nación” bien entendida nunca es la que declara la guerra a otra nación, siempre es el Estado, es decir, personas de carne y hueso, políticos y burócratas, quienes le declaran la guerra a otros grupos políticos y mandan cada uno a sus esclavizados a asesinarse unos a otros por sus caprichos con todo este aparataje propagandístico e instalación de sentimiento patriota y nacionalista de por medio. Todo esto, siempre de la mano de que la guerra es para “proteger la democracia” de ser arrebatada por el enemigo. 

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El Estado no es más que una gran mafia organizada. En tiempos de guerra, simplemente lleva su violencia a un nivel masivo e internacional. El Estado siempre necesita un enemigo externo para justificar su existencia. Mientras más grande y temible el enemigo, más poder podrá acumular el Estado en casa. La guerra es el Estado en su máxima expresión, da justificación al saqueo interno y la agresión externa, todo en nombre de la “seguridad nacional”. El libertario debe, por tanto, ser un enemigo de la guerra, pues la guerra es la salud del Estado: amplía el poder gubernamental, impone controles y regulaciones, aumenta la coerción sobre los individuos, suprime las libertades civiles y justifica el asesinato masivo de personas.